martes, 27 de enero de 2015

Acera Nº1. Conrado Pittari


Enfrascado en el estudio de las formas de legitimación de la cultura plástica y audiovisual en Venezuela, Conrado Pittari (Caracas, 1983) hace un paréntesis para enfocar sus intereses creativos en los dispositivos mediales y perceptivos que afianzaron la idea del paisaje en la primera mitad del siglo XX. Lo hace a partir de la obra El Ávila desde Blandín (1937) de Manuel Cabré, una pieza perteneciente a la Colección de la Galería de Arte Nacional, cuyo motivo central -el Ávila- está condicionado por la posición y el ángulo desde el cual es visto, mostrando también la singularidad topográfica del pie de monte donde actualmente se ubica el Caracas Country Club.

Sin embargo, el modelo de Pittari no es la pintura de El Ávila de Cabré, sino las reproducciones impresas y digitales que la han hecho perdurar como ícono  más allá de su existencia física. Sus fuentes, por tanto, son libros, afiches y páginas web. De allí saca imágenes que luego edita e interviene, utilizando vectores, patrones y fragmentos significativos que posteriormente  manipula y reinserta en collages, instalaciones y esculturas. En todo caso, el proceso de reconstrucción transmedial de la imagen pasa por distintos soportes, arrastrando en cada caso, las convenciones del medio empleado, así como el significado cultural de los mismos. El resultado es un palimpsesto hiper-codificado, que recoge puntos de cuatricomías, píxeles, tramas pigmentadas y bloques matéricos. Aquí no se trata solamente de la cita y apropiación de una imagen canónica, sino de la reconversión perceptiva de la misma, en cuanto vehículo ideológico, si consideramos aquella sentencia mcluhaniana que sostiene que "el medio es el mensaje".

Cuando Cabré pintó El Ávila desde Blandín en 1937 lo que retrató fue un trozo de la memoria rural del Valle de Caracas, cuya morfología fue “re-encuadrada” por el trabajo de paisajismo realizado por la firma Olmsted Brothers (Boston, Massachusetts) unos años antes -en 1930-, a propósito del acondicionamiento de los terrenos del Caracas Country Club en el área que ocupaba la antigua Hacienda Blandín. Su observatorio entonces, ya había sufrido una primera patrimonialización (al menos simbólicamente), que antecede por varias décadas a la declaratoria de Bien de Interés Cultural  decretada por el IPC  en  el año 2009 (Gaceta Oficial Nro 39.272, 25 de septiembre de 2009).

La propuesta de Pittari no es solo sobre el paisaje sino en torno a la manera en que se construyen los códigos que permiten su reconocimiento. El cuadro de Cabré reseñado se convierte así en la suma de todas las operaciones técnicas e intelectuales que permiten edificar su valor y sentido como objeto cultural. Pero, ¿por qué Cabré? ¿por qué no Reverón? ¿acaso será porque desde el plano de las representaciones colectivas, se ha preferido la escena colorida de una arcadia casi moderna a la imagen desteñida de un paraíso primitivo?. Lo cierto es que, tanto Cabré como los pintores del Círculo de Bellas Artes, lograron desgajar el paisaje del género épico y el costumbrismo, omitiendo el relato. Hasta donde les fue posible, delinearon otro tipo de soberanía, fundada en el trato directo con la naturaleza, desde una óptica diferente a la prescrita por el academicismo decimonónico. En síntesis, asumieron el paisaje como identidad. 

De ahí al estereotipo, hay "solo un paso";  precisamente el trayecto que revisa y desmonta Pittari en la exposición  Acera Nº1. Su horizonte es ahora la línea de borde amarilla que demarca el área peatonal. Su mirada es deliberadamente contradictoria, toda vez que reemplaza la perspectiva monumental de El Ávila de Cabré por su disección ortoganal, al tiempo que sustituye la exuberancia tonal de aquel, con superficies monocromáticas. El resultado es un fuerte aplanamiento espacial y cromático, tratado con meticulosidad analítica. Las piezas que integran la propuesta toman como referencia las dimensiones de la obra original -68,3 x 95,3 cm-, medidas que se confrontan constantemente con otras escalas, tanto la humana -1:1- como la que delinea la cartografía de la época.

Lo que propone Pittari es pararse hoy en el lugar donde Cabré pinto El Ávila -que es uno de los lugares desde los cuales se construyó el estereotipo de la ciudad moderna flanqueada por una cortina natural- para ver su transformación. Tomar el pavimento como plataforma para imaginar nuevas relaciones entre lo urbano, lo natural y lo estético, sugiriendo así un cruce especulativo entre los aspectos físicos del territorio y sus implicaciones culturales.

El estereotipo del valle pintoresco con la cortina montañosa al fondo ha resistido los cambios urbanos. Incluso hoy El Ávila sigue siendo el modelo inmóvil de una arcadia de postal, mientras abajo, en la acera de la avenida Blandín, los transeúntes no consiguen conciliar aquel ideal con la realidad que los acecha. Pittari nos recuerda la manera en que esta ilusión sobrevive sin memoria y ya casi sin anclaje físico, en los medios de reproducción de la imagen, sometiéndola a permutaciones anacrónicas y contradictorias. Así, las obras que integran la exposición Acera Nº1, nos confrontan a El Ávila según Malevich, según la cartografía oficial, según Google Earth, según los libros y las postales. Finalmente, quedamos ante un Ávila caleidoscópico, metamorfoseado –tanto material como virtualmente-, que deja en suspenso ese pretendido  horizonte alegórico de “lo nuestro”.

domingo, 16 de noviembre de 2014

El Anexo/Arte Contemporáneo en PINTA, Miami, FL, 3-7, Diciembre, 2014



Del 03 al 07 de diciembre de 2014 El Anexo/Arte Contemporáneo participará en PINTA. THE MODERN & CONTEMPORARY LATIN AMERICAN ART SHOW, con una selección de artistas venezolanos, pertenecientes a diversos nucleos generacionales y orientaciones estéticas.  Ellos son: Ángela Bonadies, Amada Granado, Argelia Bravo, Claudio Perna, Conrado Pittari Volcán, David Palacios,  Diego Barboza, Iván Candeo, Juan Toro , Juan José Olavarría  y  Teresa Mulet.

Dichos autores articulan sus propuestas a partir de una reflexión sobre los problemas contextuales, tanto del entorno país (memoria, territorio, identidad) como del arte (medios, códigos). En tal sentido, sus obras ofrecen una mirada crítica hacia el contexto de producción y recepción donde se originan, enfocando sus contradicciones. Particularmente significativos son los temas que se derivan de la situación carcelaria, la demanda habitacional, los problemas de género, las representaciones mediáticas y la demagogia política. Se trata de un arte que se alimenta de lo contingente, aprovechando medios y procedimientos de diverso origen –fotografía, ensamblaje, collage, instalación, video- y operando como una suerte de archivo sensible de la contemporaneidad.     

El Anexo / Arte Contemporáneo at PINTA, Miami, FL,  2014

From 3 to 7 December 2014 El Anexo/Arte Conteporáneo will participate in PINTA. THE MODERN & CONTEMPORARY LATIN AMERICAN ART SHOW, with a selection of Venezuelan artists belonging to different generational and aesthetic guidelines. They are: Angela Bonadies, Amada Granado, Argelia Bravo, Claudio Perna, Conrado Pittari Volcán, David Palacios, Diego Barboza, Iván Candeo, Juan Toro, Juan Jose Olavarria, and Teresa Mulet.

These authors articulate their proposals from a reflection from the contextual problems, both the country environment (memory, territory, identity) and art (media, codes). As such, his works offer a critical look at the context of production and reception where they originate, focusing its contradictions. Particularly significant are the issues that arise from the prison situción, housing demand, gender issues, media representations and political demagoguery. It is an art that feeds on the contingent, leveraging resources and procedures of various origins -Photograph, assemblage, collage, installation, video and operating as a kind of sensitive file contemporaneity.
Dirección:
3401 NE, 1st Avenue - Miami, FL 33137
Stand: C 02

Horarios:
Miércoles 3 de diciembre, 3-9 pm
VIP Opening (Sólo por invitación)

Jueves 4 al sábado 6 de diciembre: 11 am a 8 pm
Domingo 7 de diciembre: 11 am a 6 pm

Para más información visite:

Location:
Midtown Miami
3401 NE, 1st Avenue / Miami, FL 33137

VIP Opening (By invitation only):
Wednesday, December 3, 3–9 pm

Dates:
 
Thursday, December 4 11am – 8 pm Open to the public
Friday, December 5 – Saturday, December 6, 11am – 8 pm
Sunday, December 7, 11am – 6 pm
For more information visit:

viernes, 12 de septiembre de 2014

Néstor García. Gran Ferrocarril del Táchira


Hoy, cuando el transporte ferroviario en Venezuela es todavía un balbuceo incierto, el pasado regresa para recordarnos aquel anhelo frustrado. En La Fría, un localidad de 37.932 habitantes, el tren cronometraba la cotidianeidad de los residentes hasta mediados de la década del cincuenta, cuando el Gran Ferrocarril del Táchira, fundado en 1895 , concluyó sus operaciones.  Por allí circulaban víveres y personas en un itinerario que enlazaba el Sur del Lago de Maracaibo, el estado Táchira y el norte de Santander en Colombia. Se beneficiaban con esta ruta los pequeños poblados como El Guayabo, Encontrados y La Fría. En esta última localidad nació en 1981 Néstor García, cuando ya la promesa del tren se había disipado. Su contacto con aquella quimera de hierro se reduce entonces a recuerdos familiares, documentos fotográficos y al sorpresivo (y estimulante)  encuentro con una locomotora de la extinta compañía ferroviaria en el Museo del Transporte en Caracas.
En esta, su primera muestra individual, García se desplaza entre las memorias locales y ciertos eventos globales que condicionan la vida de millones de personas , ya sea en pequeños asentamientos o en grandes conglomerados urbanos. Se completa así un ciclo que informa parte de su trabajo reciente, centrado en la reflexión en torno a las representaciones del territorio y sus implicaciones simbólicas.
En el conjunto de obras en exhibición destaca la instalación Gran Ferrocarril del Táchira (2014) –que también da título a la exposición- compuestas por tres pinturas realizadas con café, miche y chimó, una fotografía de 1955, y una video acción; elementos con los cuales propone la reconstrucción documental y afectiva de un acontecimiento ligado a la historia económica y política del país.
La serie “La punta del Iceberg  (2012), por el contrario, no se refiere  a un sitio específico o localizado, sino a la recreación de un  problema que trasciende la geografía local. Son emplazamientos minúsculos, facsímiles ruinosos del confort urbano, empacados en maletas desvencijadas, perfilando así una topografía de espacios construidos “sin lugar”, cual paisaje diatópico y desencantado.
Finalmente, la instalación Termodinámica (2012), compuesta por nueve planchas eléctricas de uso doméstico, alude al problema energético global, mediante la reproducción de imágenes de reactores nucleares accidentados en distintas partes del mundo. Aquí se reconectan dos ámbitos que se sitúan en escalas diferentes, una afincada en la cotidianeidad y otra sujeta a la compleja dinámica de los recursos y las tecnologías en el planeta.
En tal sentido, el “tren del progreso” que se avisora en la exposicón Gran Ferrocarril del Táchira va dejando a su paso una serie de secuelas contradictorias, algunas promisorias y otras potencialmente destructivas. A su manera, García logra articular  una reflexión desde lo artístico, en la cual convergen sus preocupaciones creativas y los asuntos comunes. 

viernes, 27 de junio de 2014

Contrapaisaje

La exposición Contrapaisaje reúne un conjunto de proposiciones visuales que exploran las tensiones críticas que giran sobre las representaciones del territorio y la naturaleza que lo conforma. En tal sentido, las obras de Nayarí Castillo, Ara Koshiro, Claudio Perna,  María Virginia Pineda Aranda y Conrado Pittari se enfocan en la revisión de los estereotipos del paisaje y plantean una postura autorreflexiva respecto a los mecanismos discursivos que permiten su estructuración sensible.

Las obras que conforman la muestra no exhiben ningún lugar en concreto, sino que hacen visible la retórica de las representaciones y la manera en que estas delimitan distintos marcos de visión, destacando la óptica del turista (Castillo, Koshiro), la mirada del crítico (Pineda), el enfoque del geógrafo (Perna) o la perspectiva del naturalista instrumental (Pittari). Medición, valoración o itinerario creativo; tales son los encuadres ¨ciegos¨ que enmarcan el paisaje según las técnicas, criterios y motivaciones que impulsan su abordaje.  Contrapaisaje supone entonces un juego exploratorio que trasciende la imitación retinal. 

Nayarí Castillo (Caracas, 1977) se acerca al paisaje desde la representación discursiva de la noticia como relato imaginario, curiosidad informativa o relación de cosas vistas por el viajero, actuando como una cronista que invierte el foco de su interés hacia las metrópolis foráneas, las mismas que en otro tiempo se ocupaban de descubrir y representar lugares exótico.
 




Ara Koshiro (Maracaibo, 1967) recurre al paisaje como estereotipo pero se concentra en el reverso de lo sensible, el lado opuesto de la representación; precisamente el que da mayor relevancia a la información textual y donde la imagen está suprimida. El país y el paisaje quedan reducidos a un lugar sin contorno ni colores. 



Claudio Perna (Milán, Italia, 1938 – Holguín, Cuba, 1997) en la serie de Fotografías satelitales busca indicios cualitativos en pleno territorio virgen, poniendo al descubierto las prescripciones académicas para el manejo de la data. Pionero del arte conceptual en venezuela, el autor trabaja con fotografias aéreas del Instituto Nacional de Cartografia, incorporando fichas, recortes de revistas, fragmentos publicitarios e infografías que anudan la geografia a los modos de vida, pasando del territorio sin nombre a las relaciones, acuerdos, actividades y símbolos que definen la soberania de un territorio. 

María Virginia Pineda Aranda (Mérida, 1980) confronta la preeminencia de los criterios de validez artística que se desprenden de la escritura crítica. Las palabras ocupan el lugar de la imagen, omitiendo el referente, subvirtiendo el contenido. 

Conrado Pittari (Caracas, 1983) se decanta por la ¨condensación¨ literal del paisaje y su conversión en evidencia palpable aunque desfigurada, mediante la obtención de secreciones líquidas del ambiente por medio de un deshumidificador doméstico.  Todo lo que queda del paisaje es agua filtrada y embotellada.




En realidad, Contrapaisaje esboza una espistemología de lo sensible que se apropia, subvierte y recrea las taxonomías y valores del saber canónico, tanto científico como artístico.  Y es que, de cierta manera, el paisaje es una potencialidad entre signos de interrogación. Todavía en gestación o cuando ya se han cumplido sus posibilidades, surge la pregunta de si el paisaje  es lo que se ve –llanura, montaña o maraña urbana- o es tan sólo una operación singular de enmarcado y codificación de la realidad visible. Lo que ¨salta a la vista¨ no es la escena, sino la manera en que ésta aparece acotada en la representación, el andamiaje que la sostiene.

Finalmente, llega el momento en que el paisaje es simplemente el país o la extensión sustantiva de un proyecto ideal.  El paisaje como país, el país como escenografía.  Así,  la dupla país-paisaje se revela como un artificio persistente que ha trascendido los presagios apocalípticos para reencarnar en el contrapunto de nociones enfrentadas.  Después del paisaje  como escena originaria,  todo es contrapaisaje; es decir, autoconsciencia representacional y alternancia de opuestos, danza especulativa de los estereotipos y sus referentes.

martes, 29 de abril de 2014

José Ramírez. Ligeras variaciones


EL POLAROID, ACTO VIRGEN
Texto de Anne Louyot

“El acto es virgen aunque se repita”, René Char. In Feuillets d’Hypnos, 46

El Polaroid es una fotografía singular, una imagen anclada en el momento del clic, que no atraviesa el proceso de maduración del laboratorio, una imagen que se produce pero no se reproduce. Por eso, nos relaciona con la magia originaria de la fotografía,  herramienta inédita de desvío del tiempo y de confrontación con la muerte.
Las imágenes de José Ramírez exploran con sutileza esta particularidad del Polaroid. Es un acto que no se puede profundizar, sino, quizás, por otro acto. Por la repetición.
Aquí yace un instante, que no tiene sentido en si, un instante que ya pasó pero que dejó ciertas luces indefinidas, ciertos colores lavados, ciertas líneas indecisas sobre la pequeña ventana opaca y brillante del Polaroid.
Un segundo, una hora, un día – qué importa? – después, otro instante, retenido de la misma forma, luz, colores y líneas. Imagen parecida, pero fundamentalmente diferente. Otra imagen virgen que mira la primera desde su virginidad.
José Ramírez no insiste, el interroga con paciencia el enigma de la visualidad y el enigma de la fotografía a partir de variaciones ligeras de la mirada sobre el paisaje.  Mismo lugar misma luz; mismo lugar  otra luz; mismo lugar desde otro ángulo u otra distancia.
Su aproximación se parece a la de la poesía, del  aforismo, como el de René Char. Un aforismo, como una fotografía, es una afirmación sintética, cargada de energía, que traduce une adhesión a una realidad implícita, y al mismo tiempo una contradicción con esta misma realidad. La repetición del acto fotográfico revela a la vez la energía de este acto, su ambición de apropiarse de la realidad y su incapacidad a hacerlo. Virginidad admirable y desesperante del acto fotográfico, que no altera el sujeto ni es alterado por él. Sobretodo cuando el sujeto es paisaje. 
El mar, la playa, el Ávila, un árbol, un edificio. Clic. Clic. Una fecha, una hora, una firma. Clic. Clic.
Un acto nace, deja una huella que vale solamente por la energía lumínica de su propio nacimiento. Otro acto, otra foto. Entre las fotos, entre los actos fotográficos, se tiende un hilo invisible, inaccesible. Un hilo de partículas infinitas de tiempo, el tiempo del fotógrafo, el tiempo del paisaje, el tiempo de los espectadores. Algo pasa en el intervalo que no logramos agarrar, pero que hace vibrar las imágenes. Vibración del desplazamiento. Vibración de la imposibilidad de retener lo visible. Vibración del deseo inagotable de retener algo de lo visible. Vibración, por fin, de la interacción con el visible.
En este sentido, la repetición no es tanto una vacilación en el camino hacia la muerte, como un impulso de vida a pesar de las limitaciones de la percepción humana frente al espectáculo del paisaje.
Qué es la fotografía, sino una repetición en acto?
Julio de 2013

José Ramírez. Ligeras variaciones
Nada más elocuente que la luz trasplantada a un soporte sensible cuando se trata de tomar un molde especular del entorno en que habitamos. Árboles, edificios y horizontes se dejan replicar en una escala proporcional a la avidéz del fotógrafo que explora lo real con su trampa de imágenes. José M. Ramírez juega con lo que hay dentro y fuera de la cámara oscura, idea que prevalece en los proyectos realizados en una casa de  Santa Lucía (Maracaibo, 2012) y en un antiguo colegio de Petare (Caracas, 2013). En ambas experiencias el mundo exterior se infiltra en los recintos privados, yuxtaponiendo así dos ámbitos espaciales y simbólicos. En otras oportunidades, sin embargo, el autor traslada el énfasis hacia lo que está afuera como en la serie Paraguná: dilemas luminiscentes (Museo Alejandro Otero, Caracas, 2011) y en el conjunto de polaroid tituladas inicialmente Miradas modernas  (2010) y rebautizado como Ligeras variaciones. En este último caso, las imágenes van de dos en dos, siguiendo un patrón cuasi estereoscópico, cuya proximidad abre un intersticio dialógico entre lo similar y lo distinto. En realidad, ningún lugar es identico a lo que fue o será del mismo modo que ninguna persona permanece intacta a lo largo de su vida. Siempre hay, cambios de atmosfera, ángulos distintos y encuadres inéditos, que hacen que un sitio sea siempre otro lugar diferente al de la penúltima vez. Ramírez aprovecha esta ambigüedad, como si en cada toma lo ya visto ofreciera una nueva oportunidad para repasar lo conocido y encontrar cosas ignoradas, por minúsculas e imperceptibles que parezcan. Sus registros son también  la posibilidad del reencuentro con la escena fundacional de nuestra visualidad, ese territorio “de gracia” que aún se debate entre quimeras y naufragios.
El Anexo / Arte Contemporáneo

domingo, 16 de febrero de 2014

Editorial IV


Editorial IV. Muestra de videos
Antes que nada, la noción de paisaje es un código que remite, no a una extensión mensurable como se podría suponer, sino a una idea gravitacional desde la cual se proyectan las expectativas del observador. Así, todo paisaje es una construcción, un lugar que se sitúa más allá de cualquier latitud física porque se manifiesta como representación. Cada cultura, cada nación, inventa su propio paisaje, ese que mejor le satisface y fraterniza con sus afectos y anhelos.
En Venezuela el paisaje tiene una copiosa genealogía que va desde la  exhuberancia orgánica de los sitios más recónditos hasta la geometría de los espacios urbanos, pasando por las inmersiones accionales en las localidades costeras y rurales. Desde la visión arcádica de los viajeros foráneos a las primeras representaciónes de la transformación moderna, el paisaje es un modelo de aspiraciones y carencias, algunas de las cuales se han agudizado en la contemporaneidad. Pareciera que el país visual (como el otro) es "puro paisaje", incluso en aquellos sitios donde las edificaciones modernas mantienen una batalla encarnizada (y agónica) para contrapechar la persistencia de lo natural.
La exposición Editorial IV reúne el trabajo de Iván Candeo, Jaime Castro Suwon Lee, Marcos Montiel Soto y Emilio Narciso,  quienes plantean diferentes  lecturas del paisaje, mediante la revisión crítica de algunos estereotipos discursivos e iconográficos, al tiempo que abordan la presencia del sujeto en su entorno. Las prácticas de ocupación del espacio natural y urbano, el desplazamiento de los modelos de representación y la escenificación alegórica de ideales fallidos, son algunos de los aspectos que aborda la muestra.  
Candeo, Castro, Lee, Montiel y Narciso intentan desde el video rememorar la zaga paisajística local, conscientes del legado que los precede, pero mostrando sus reservas frente a la creencia de que el país se reduce al paisaje. Desde el lenguaje cinemático apelan a la repetición consecutiva de una forma de mirar que deja instersticios críticos.
En un loop de 36 minutos, las distintas propuestas que integran Editorial IV, se definen de cara a un horizonte impreciso que se mueve caprichosamente entre lo pintoresco y lo dramático. Por un lado, la omniprescencia del legado colombino en Narciso se contrapone a la vertiginosa “inmovilidad” de la tradición paisajística local en Candeo. Por otro lado, el carro quemado de Lee, los vagones aéreos de Castro y los autos estacionados en la playa de Montiel Soto, refieren la idea del desplazamiento técnico, del avance hacia ningún lugar. Porque allí el paisaje es un “telón de fondo”, a espaldas del acontecer humano, como si el sujeto y el lugar marcharan en direcciones opuestas.
Las obras comentadas, cada una a su modo, refieren distintas formas de habitar el territorio, que también son formas de depredación, tanto física como simbólica. Es el pais vuelto paisaje, sumergido en una deriva irreverente y exótica, donde todo adquiere un matiz tropical. En vez de gritar “Tierra a la vistaaaa!!!” como los marinos de antaño, el nativo de esta “tierra de gracia” se desgañita diciendo “Paaaatooo, Pato, Pato!!!”.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Las armas no matan. Jesús Hernández-Güero


Texto de Gerardo Zavarce y Felix Suazo

En Venezuela, cuando alguien está en lo cierto o sigue la pista correcta, se dice que “por ahí van los tiros”.   Pero cuando de armas se trata, no hay que tomarse las cosas  a la ligera y dejarse de “pistoladas” porque cualquiera puede ser el blanco de un disparo. Según la Encuesta Nacional de Victimización realizada en el 2009 “La proporción de uso de armas de fuego en situaciones de victimización delictiva para los delitos de homicidio, robo y secuestro se eleva a 79,5%, 74% y 79,2%, respectivamente”[1].

Enmarcado en ese panorama, la exposición “Las armas no matan” de Jesús Hernández-Güero (La Habana, 1983), nos coloca ante  un “arsenal” iconográfico, confeccionado a partir de informaciones recabadas en las páginas de sucesos, a propósito de diversos hechos delictivos, perpetrados con armamento de corto y mediano alcance. De allí resulta un inventario de pistolas, revólveres y rifles, cuya imagen impregnada de pólvora se reproduce serigráficamente sobre tela, cual si huebieran sido estampadas “a quema ropa”. En tal sentido, el artista propone una sintaxis cruzada donde el significado se deriva de la yuxtaposición estratégica de la materia y la imagen. 

La frase que da título al proyecto  abre una zona de ambigüedad discursiva, al afirmar algo que desde la óptica del sentido común parece insostenible. Paradójicamente, si nos apegamos de manera estricta al significado de las palabras, las pistolas impresas de Hernández-Güero “no matan”, de la misma manera en que la pipa pintada de Magritte no es una pipa. En su resolución instalatoria la propuesta de Hernández-Güero se desarrolla en un escenario oscilante, a medio camino entre el gabinete de un coleccionista de armas y un campo de tiro. Por un lado, los “hierros” están cuidadosamente dispuestos y jerarquizados en las paredes, siempre apuntando en la misma dirección. Por otro lado, el suelo está cubierto de casquillos vacíos  sobre los cuales debe caminar el espectador.  

Ubicado en ese lugar de intersecciones -sitio de contemplación y de experiencia- el sujeto queda atrapado “entre dos fuegos”, con los ojos puestos en la textura granulada de la pólvora –piel y contorno de las armas- y  sintiendo bajo los zapatos el crujir de las conchas después de la balacera. En este punto, el autor nos coloca ante una de las preguntas cruciales de nuestro tiempo: ¿qué puede hacer el arte frente a la violencia?.
En realidad, el arte no puede detener las balas, ni neutralizar el efecto mortífero de los más de 450 millones de armas que según un informe de la Interpol, hay en el mundo en poder de civiles. Tampoco puede impedir que cada año mueran unas 240.000 personas por esta causa. Lo que el arte sí puede hacer es intentar redireccionar la violencia,  como lo han hecho Chris Burden cuando se hizo disparar en su brazo izquierdo (Shoot, 1971) o Tania Bruguera cuando se colocó un revolver cargado en la sien mientras impartía una conferencia (Autosabotaje, 2009). En el caso de la exposición “Las armas no matan” de Hernández-Güero, el problema de la violencia se aborda de manera multifocal, repartiéndose  entre la pregnancia sensible de la imagen,  el significado de los materiales y la conducta corporal del espectador. El riesgo es compartido, nadie está a salvo, cualquiera puede ser sorprendido como Pedro Navaja por “un Smith & Wesson del Especial”.


[1] Armas de fuego y victimización delictiva en Venezuela. En: Sentido e impacto del uso de armas de fuego en Venezuela. Comisión Presidencial Control de Armas, Municiones y desarme. UNES – Universidad nacional Experimental de la Seguridad. P. 15. http://comisionpresidencialdesarme.gob.ve/descargas/Sentido%20e%20impacto%20del%20uso%20de%20armas%20de%20fuego%20en%20Venezuela.pdf