EL POLAROID, ACTO VIRGEN
Texto de Anne Louyot
“El acto es virgen aunque se repita”, René Char. In Feuillets d’Hypnos, 46
El Polaroid es una fotografía singular, una imagen
anclada en el momento del clic, que no atraviesa el proceso de maduración del
laboratorio, una imagen que se produce pero no se reproduce. Por eso, nos
relaciona con la magia originaria de la fotografía, herramienta inédita de desvío del tiempo y de confrontación
con la muerte.
Las imágenes de José Ramírez exploran con sutileza
esta particularidad del Polaroid. Es un acto que no se puede profundizar, sino,
quizás, por otro acto. Por la repetición.
Aquí yace un instante, que no tiene sentido en si,
un instante que ya pasó pero que dejó ciertas luces indefinidas, ciertos
colores lavados, ciertas líneas indecisas sobre la pequeña ventana opaca y
brillante del Polaroid.
Un segundo, una hora, un día – qué importa? –
después, otro instante, retenido de la misma forma, luz, colores y líneas.
Imagen parecida, pero fundamentalmente diferente. Otra imagen virgen que mira
la primera desde su virginidad.
José Ramírez no insiste, el interroga con paciencia
el enigma de la visualidad y el enigma de la fotografía a partir de variaciones
ligeras de la mirada sobre el paisaje.
Mismo lugar misma luz; mismo lugar
otra luz; mismo lugar desde otro ángulo u otra distancia.
Su aproximación se parece a la de la poesía,
del aforismo, como el de René
Char. Un aforismo, como una fotografía, es una afirmación sintética, cargada de
energía, que traduce une adhesión a una realidad implícita, y al mismo tiempo
una contradicción con esta misma realidad. La repetición del acto fotográfico
revela a la vez la energía de este acto, su ambición de apropiarse de la
realidad y su incapacidad a hacerlo. Virginidad admirable y desesperante del
acto fotográfico, que no altera el sujeto ni es alterado por él. Sobretodo
cuando el sujeto es paisaje.
El mar, la playa, el Ávila, un árbol, un edificio.
Clic. Clic. Una fecha, una hora, una firma. Clic. Clic.
Un acto nace, deja una huella que vale solamente por
la energía lumínica de su propio nacimiento. Otro acto, otra foto. Entre las
fotos, entre los actos fotográficos, se tiende un hilo invisible, inaccesible.
Un hilo de partículas infinitas de tiempo, el tiempo del fotógrafo, el tiempo
del paisaje, el tiempo de los espectadores. Algo pasa en el intervalo que no
logramos agarrar, pero que hace vibrar las imágenes. Vibración del
desplazamiento. Vibración de la imposibilidad de retener lo visible. Vibración
del deseo inagotable de retener algo de lo visible. Vibración, por fin, de la
interacción con el visible.
En este sentido, la repetición no es tanto una
vacilación en el camino hacia la muerte, como un impulso de vida a pesar de las
limitaciones de la percepción humana frente al espectáculo del paisaje.
Qué es la fotografía, sino una repetición en acto?
Julio de 2013
José Ramírez. Ligeras variaciones
Nada más elocuente
que la luz trasplantada a un soporte sensible cuando se trata de tomar un molde
especular del entorno en que habitamos. Árboles, edificios y horizontes se
dejan replicar en una escala proporcional a la avidéz del fotógrafo que explora
lo real con su trampa de imágenes. José M. Ramírez juega con lo que hay dentro
y fuera de la cámara oscura, idea que prevalece en los proyectos realizados en
una casa de Santa Lucía
(Maracaibo, 2012) y en un antiguo colegio de Petare (Caracas, 2013). En ambas
experiencias el mundo exterior se infiltra en los recintos privados,
yuxtaponiendo así dos ámbitos espaciales y simbólicos. En otras oportunidades,
sin embargo, el autor traslada el énfasis hacia lo que está afuera como en la
serie Paraguná: dilemas luminiscentes (Museo
Alejandro Otero, Caracas, 2011) y en el conjunto de polaroid tituladas
inicialmente Miradas modernas (2010) y rebautizado como Ligeras
variaciones. En este último caso, las imágenes van de dos en dos,
siguiendo un patrón cuasi estereoscópico, cuya proximidad abre un intersticio
dialógico entre lo similar y lo distinto. En realidad, ningún lugar es identico
a lo que fue o será del mismo modo que ninguna persona permanece intacta a lo
largo de su vida. Siempre hay, cambios de atmosfera, ángulos distintos y
encuadres inéditos, que hacen que un sitio sea siempre otro lugar diferente al
de la penúltima vez. Ramírez aprovecha esta ambigüedad, como si en cada toma lo
ya visto ofreciera una nueva oportunidad para repasar lo conocido y encontrar
cosas ignoradas, por minúsculas e imperceptibles que parezcan. Sus registros
son también la posibilidad del
reencuentro con la escena fundacional de nuestra visualidad, ese territorio “de
gracia” que aún se debate entre quimeras y naufragios.
El Anexo / Arte Contemporáneo