Las obras que conforman la muestra no exhiben ningún lugar en
concreto, sino que hacen visible la retórica de las representaciones y la
manera en que estas delimitan distintos marcos de visión, destacando la óptica
del turista (Castillo, Koshiro), la mirada del crítico (Pineda), el enfoque del
geógrafo (Perna) o la perspectiva del naturalista instrumental (Pittari). Medición,
valoración o itinerario creativo; tales son los encuadres ¨ciegos¨ que enmarcan
el paisaje según las técnicas, criterios y motivaciones que impulsan su
abordaje. Contrapaisaje supone
entonces un juego exploratorio que trasciende la imitación retinal.
Nayarí Castillo (Caracas, 1977) se acerca al paisaje desde la
representación discursiva de la noticia como relato
imaginario, curiosidad informativa o relación de cosas vistas por el viajero,
actuando como una cronista que invierte el foco de su interés hacia las
metrópolis foráneas, las mismas que en otro tiempo se ocupaban de descubrir y
representar lugares exótico.
Ara Koshiro (Maracaibo, 1967) recurre al paisaje como estereotipo
pero se concentra en el reverso de lo sensible, el lado opuesto de la
representación; precisamente el que da mayor relevancia a la información
textual y donde la imagen está suprimida. El país y el paisaje quedan reducidos
a un lugar sin contorno ni colores.
Claudio Perna (Milán, Italia, 1938 – Holguín, Cuba, 1997) en la
serie de Fotografías satelitales busca indicios
cualitativos en pleno territorio virgen, poniendo al descubierto las
prescripciones académicas para el manejo de la data. Pionero del arte
conceptual en venezuela, el autor trabaja con fotografias aéreas del Instituto
Nacional de Cartografia, incorporando fichas, recortes de revistas, fragmentos
publicitarios e infografías que anudan la geografia a los modos de vida,
pasando del territorio sin nombre a las relaciones, acuerdos, actividades y símbolos
que definen la soberania de un territorio.
María Virginia Pineda Aranda (Mérida, 1980) confronta la
preeminencia de los criterios de validez artística que se desprenden de la
escritura crítica. Las palabras ocupan el lugar de la imagen, omitiendo el
referente, subvirtiendo el contenido.
Conrado Pittari (Caracas, 1983) se decanta por la ¨condensación¨ literal
del paisaje y su conversión en evidencia palpable aunque desfigurada, mediante
la obtención de secreciones líquidas del ambiente por medio de un
deshumidificador doméstico. Todo
lo que queda del paisaje es agua filtrada y embotellada.
En realidad, Contrapaisaje
esboza una espistemología de lo sensible que se apropia, subvierte y recrea las
taxonomías y valores del saber canónico, tanto científico como artístico. Y es que, de cierta manera, el paisaje
es una potencialidad entre signos de interrogación. Todavía en gestación o
cuando ya se han cumplido sus posibilidades, surge la pregunta de si el
paisaje es lo que se ve –llanura, montaña
o maraña urbana- o es tan sólo una operación singular de enmarcado y
codificación de la realidad visible. Lo que ¨salta a la vista¨ no es la escena,
sino la manera en que ésta aparece acotada en la representación, el andamiaje
que la sostiene.
Finalmente, llega el momento en que el paisaje es simplemente el
país o la extensión sustantiva de un proyecto ideal. El paisaje como país, el país como escenografía. Así, la dupla país-paisaje se revela como un artificio
persistente que ha trascendido los presagios apocalípticos para reencarnar en
el contrapunto de nociones enfrentadas.
Después del paisaje como
escena originaria, todo es
contrapaisaje; es decir, autoconsciencia representacional y alternancia de
opuestos, danza especulativa de los estereotipos y sus referentes.