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miércoles, 25 de noviembre de 2015

Colectiva



Violencia, memoria y autorreferencialidad artística son algunos de los tópicos que abordan las obras de Diego Barboza, Bonadies & Olavarría, Iván Candeo, Néstor García, Carolina Muñoz, Conrado Pittari y Juan Toro, que conforman la muestra "Colectiva". Fotografías, pinturas e instalaciones que mantienen el foco en los imaginarios y contextos de la sociedad contemporánea. El terrorismo internacional, la crisis alimentaria, los homicidios, las políticas de la historia y el archivo, trazan un panorama de incertidumbres y problemas aún insolubles.

El sustrato discursivo de la cultura audiovisual -de las telenovelas a los noticiarios y el cine-, la estética de la publicidad y el fotodocumentalismo, son puntos en cuestión en cuanto al manejo de  la sintaxis visual, concebida desde un patrón de hibridación que convierte los códigos en significados y las imágenes en dispositivos de relación articulados, no unívocos.

Néstor García (La Fría, Táchira, 1981), siguiendo el imaginario noticioso, reproduce pictóricamente varios acontecimientos desastrosos que se produjeron en diferentes épocas y lugares pero en un día similar en la obra “11 Coincidentes”. Iván Candeo (Caracas, 1983), a propósito del texto La democracia, para otro día (1989) de Jacques Derrida, propone un vídeo donde se pregunta: ¿hoy no se puede votar?, en el cual se yuxtaponen la imagen fija y el sonido ambiental. De igual manera, esa lógica de contraposición entre dinamismo e inmovilidad se advierte en otra serie del mismo autor, compuesta por 4 dibujos de un afiche enrollado, publicado por el Museo de Bellas Artes, cual si se tratara de una tira fílmica que intenta rotar sobre su eje.

Conrado Pittari (Caracas, 1983), también vinculado a la cultura audiovisual, transfiere al lienzo uno de los fotogramas  de la telenovela venezolana Por estas calles (1992) donde un personaje vestido de militar corre sin avanzar, preludio dramático de la descomposición moral de la sociedad venezolana. Carolina Muñoz (Falcón, 1966) dirige su atención hacia la cuestión alimentaria y la estética de la publicidad; irónicamente todo lo que hay en oferta es una bolsa estrujada de harina de maíz sobre un budare.

Ángela Bonadies (Caracas, 1970) & Juan José Olavarría (Valencia, 1969) registran el escenario ruinoso de una torre financiera convertida en vivienda popular. Diego Barboza (Maracaibo, 1945- Caracas, 2003), pionero del arte de acción en Venezuela, presenta La célula, un dispositivo ideo-conceptual vinculado a un proyecto de mail art como mecanismo orgánico de interacción postal. Juan Toro (Caracas, 1969) lleva la cuestión de la violencia a una escala monumental en un trabajo de la serie “Plomo”, desarrollado a partir de balas extraídas de fallecidos por homicidios en el país.

En síntesis, los acontecimientos y situaciones que refieren estas obras son muy específicos. En cada caso, lo singular forma parte de una taxonomía más amplia, en la que temas y medios están concatenados de manera crítica. Son propuestas localizadas,  concebidas desde las circunstancias no siempre deseables de nuestro tiempo.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Las armas no matan. Jesús Hernández-Güero


Texto de Gerardo Zavarce y Felix Suazo

En Venezuela, cuando alguien está en lo cierto o sigue la pista correcta, se dice que “por ahí van los tiros”.   Pero cuando de armas se trata, no hay que tomarse las cosas  a la ligera y dejarse de “pistoladas” porque cualquiera puede ser el blanco de un disparo. Según la Encuesta Nacional de Victimización realizada en el 2009 “La proporción de uso de armas de fuego en situaciones de victimización delictiva para los delitos de homicidio, robo y secuestro se eleva a 79,5%, 74% y 79,2%, respectivamente”[1].

Enmarcado en ese panorama, la exposición “Las armas no matan” de Jesús Hernández-Güero (La Habana, 1983), nos coloca ante  un “arsenal” iconográfico, confeccionado a partir de informaciones recabadas en las páginas de sucesos, a propósito de diversos hechos delictivos, perpetrados con armamento de corto y mediano alcance. De allí resulta un inventario de pistolas, revólveres y rifles, cuya imagen impregnada de pólvora se reproduce serigráficamente sobre tela, cual si huebieran sido estampadas “a quema ropa”. En tal sentido, el artista propone una sintaxis cruzada donde el significado se deriva de la yuxtaposición estratégica de la materia y la imagen. 

La frase que da título al proyecto  abre una zona de ambigüedad discursiva, al afirmar algo que desde la óptica del sentido común parece insostenible. Paradójicamente, si nos apegamos de manera estricta al significado de las palabras, las pistolas impresas de Hernández-Güero “no matan”, de la misma manera en que la pipa pintada de Magritte no es una pipa. En su resolución instalatoria la propuesta de Hernández-Güero se desarrolla en un escenario oscilante, a medio camino entre el gabinete de un coleccionista de armas y un campo de tiro. Por un lado, los “hierros” están cuidadosamente dispuestos y jerarquizados en las paredes, siempre apuntando en la misma dirección. Por otro lado, el suelo está cubierto de casquillos vacíos  sobre los cuales debe caminar el espectador.  

Ubicado en ese lugar de intersecciones -sitio de contemplación y de experiencia- el sujeto queda atrapado “entre dos fuegos”, con los ojos puestos en la textura granulada de la pólvora –piel y contorno de las armas- y  sintiendo bajo los zapatos el crujir de las conchas después de la balacera. En este punto, el autor nos coloca ante una de las preguntas cruciales de nuestro tiempo: ¿qué puede hacer el arte frente a la violencia?.
En realidad, el arte no puede detener las balas, ni neutralizar el efecto mortífero de los más de 450 millones de armas que según un informe de la Interpol, hay en el mundo en poder de civiles. Tampoco puede impedir que cada año mueran unas 240.000 personas por esta causa. Lo que el arte sí puede hacer es intentar redireccionar la violencia,  como lo han hecho Chris Burden cuando se hizo disparar en su brazo izquierdo (Shoot, 1971) o Tania Bruguera cuando se colocó un revolver cargado en la sien mientras impartía una conferencia (Autosabotaje, 2009). En el caso de la exposición “Las armas no matan” de Hernández-Güero, el problema de la violencia se aborda de manera multifocal, repartiéndose  entre la pregnancia sensible de la imagen,  el significado de los materiales y la conducta corporal del espectador. El riesgo es compartido, nadie está a salvo, cualquiera puede ser sorprendido como Pedro Navaja por “un Smith & Wesson del Especial”.


[1] Armas de fuego y victimización delictiva en Venezuela. En: Sentido e impacto del uso de armas de fuego en Venezuela. Comisión Presidencial Control de Armas, Municiones y desarme. UNES – Universidad nacional Experimental de la Seguridad. P. 15. http://comisionpresidencialdesarme.gob.ve/descargas/Sentido%20e%20impacto%20del%20uso%20de%20armas%20de%20fuego%20en%20Venezuela.pdf